jueves, 3 de mayo de 2018

CONCIENCIA DE ESTADO

Imagen de "Copenoa"
Por Roberto Marra

L'État, c'est moi”. Así parece que dijo alguna vez a sus súbditos Luis XIV, allá por 1655, para reafirmar su poderío frente a ellos. Ni siquiera está claro si lo dijo de verdad, pero no sería extraño, porque esa era una monarquía absoluta, donde todo le pertenecía, hasta la vida de cada uno de los habitantes de su reino. Mucho más acá, por estos días de dólares vertiginosos y mareos discursivos tratando de justificar lo imposible, también tenemos una actitud similar del personaje gobernante de este drama tantas veces puesto en escena a lo largo de nuestra historia.
Pero.. ¿de quién es el Estado? Interesante disyuntiva, de la que pueden surgir respuestas a tantas tonterías pronunciadas como revelaciones divinas. El hecho de haber establecido como paradigma de la construcción social a la “democracia”, entendida ésta como si fuese la única posible forma de gobierno que pueda existir, ha terminado por conformar la idea de que el Estado sería la administración de una Nación, la super-estructura burocrática imprescindible que sustenta las tareas que hagan posible el desarrollo individual y social, material y espiritual de sus habitantes y de las organizaciones que ellos se den para ejercer sus ciudadanías.
Como en toda estructura burocrática, se establecen jerarquías, que determinan poderes relativos en la cadena de acciones que debe ejercer ese Estado. La forma “democrática” de gobierno hace que sus máximas autoridades sean “elegidas” por los ciudadanos para tener a su cargo las decisiones principales, para ordenar a las capas burocráticas de inferior rango lo que deben hacer para llevar a cabo los planes que se hayan propuesto como gobierno del Estado. No hay que perder de vista que, además, no existe un solo Estado (el Nacional), sino también los provinciales y los municipales, lo que lo complejiza todo aun más.
Ahora, ya que nos llenamos la boca con la “mágica” palabra “democracia”, ¿no es lógico pensar que el verdadero poder del Estado reside en los ciudadanos? ¿Y no sería, por lo tanto también razonable, sostener que el Estado somos todos quienes habitamos el territorio que representa? ¿Y no implicaría eso que la Soberanía reside, en definitiva, en el Pueblo, esa otra palabra casi desterrada por imperio de las nuevas formas adoptadas por los usurpadores de paradigmas?
Demasiado sencillo para ser real, porque las relaciones de poder que la historia ha ido conformando en la sociedad supuestamente democrática, han modificado estos conceptos a conveniencia de los que se apoderaron de esa super-estructura representativa de la Soberanía popular. Solo por períodos muy breves se ha podido ejercer la voluntad más simbólica de los valores que el Pueblo acepta como propios, por ser constitutivos de los ideales que dieron orígen a la conformación como tal.
Por ejemplo: aparece un presidente, o un ministro, o un secretario, y nos dice, alegremente, que cada uno se tiene que hacer cargo de las tarifas de los servicios, porque “el Estado no puede seguir subsidiándolos”. A ver: ¿cómo es eso de que el Estado no puede? Está bien, se comprende que no puede porque el Estado que ellos pretenden gobernar, es uno que solo subsidie sus bestiales e históricos saqueos. Jamás podrían admitir que el Estado, al representar a todos, debe asegurar con justicia (otra imposibilidad neoliberal) la distribución de las cargas que haga posible el funcionamiento de ese aparato burocrático.
Lo que en verdad no puede (en realidad, no debe) un Estado, es abandonar a una parte mayoritaria de sus integrantes, de sus sostenedores, de los electores del Gobierno de ese Estado, en favor de otra parte, ínfima, insignificante en número, pero la más poderosa económicamente, lo que la ha transformado en dominante absoluta, estén o nó a cargo del aparato estatal.
La solución, no mágica, no fácil, no inmediata (tal vez), tan sencilla de enunciar y tan difícil de concretar, sería quitarles el Poder. Es transformar aquel viejo ideal de un Estado al servicio del desarrollo de todos y cada uno de los habitantes del territorio nacional que representa, en una realidad sostenida por la voluntad expresa y activa de quienes han sido los eternos marginados, los negados de la historia, los auténticos parias en su propia tierra.
Es hora, entonces, de terminar con la idílica fantasía de una democracia que nos vendieron en su forma más falsa, donde solo pueden gobernar los poderosos. Es hora de ser Pueblo de verdad, de juntar corazones y razones, de construir un camino nuevo, aunque esté plagado de espinas y piedras arrojadas por los que no se quieren retirar nunca, obsesivos ladrones de memorias y conciencias, mortales enemigos de la Patria que jamás reconocieron como propia.

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