sábado, 25 de noviembre de 2017

EL DEDO DE LA ESPERANZA

Por Roberto Marra

Dirigiendo. Ordenando. Aseverando. Destacando. Estimulando. Indicando. Ese dedo era parte indisoluble de sus discursos. Ese índice alargado, levemente curvado hacia la parte posterior, elevado a la altura de su cabeza, a veces movido hacia los lados, otras girando en círculos, negando o asintiendo. Con ese solo dedo bastaba. Todo se resumía en ese delgado final de su mano grande, fuente de abrazos y disparos, de directivas y llamados, de retos y saludos solidarios. Simplemente con mover ese dedo las masas se convertían en Pueblo organizado. Con hacer girar ese índice movía ejércitos enteros. Solo con levantarlo para indicar el camino aseguraba el triunfo. No tenía más que acercarlo a su cara para saber que un pensamiento infinito estaba por emerger de su mente prodigiosa. Con él escribía en el aire la historia que construiría de inmediato. Apuntaba hacia el suelo para asegurar el paso y lo movia al costado para mostrar peligros. Trazaba en el viento advertencias que aclaraban las conciencias. Nombraba sin nombrar a los enemigos y establecía sentidos que ya no se olvidaban. Fijaba convicciones y rubricaba los deseos hechos realidades. Pintaba con ese mágico pincel de un solo pelo, la historia cotidiana y el futuro que él mismo fabricaba. Pero nunca solo, siempre con su Pueblo. El cubano y el de todos los rincones del Planeta, que sabíamos de inmediato, con solo ver su dedo enamorado del aire y las palabras, que nuestras vidas ya no serían las mismas. Porque Fidel, el dueño de todas las utopías realizables, nos estaba señalando el infinito horizonte de un Mundo nuevo, el motor de todas nuestras esperanzas.

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