jueves, 17 de agosto de 2017

EL ARMA DE LA ENVIDIA

Imagen de "Taringa!"
Por Roberto Marra

Que ningún ser humano es igual al otro, eso lo sabemos todos. Que existen personas más inteligentes y otras menos, resulta obvio para un universo tan amplio como el que habita nuestro Planeta. Otro hecho imposible de soslayar es el espiritual o moral, que termina diferenciando claramente a las personas, a la hora de enfrentar sus posicionamientos frente a las diversas circunstancias en las que desarrollamos nuestras vidas.
Pero es la actitud frente al otro (u otra) lo que determina quienes somos de verdad. Es la consideración más o menos comprensiva de la realidad que nos interroga sobre los sentimientos que nos generan los demás, cuando éstos manifiestan sus superioridades auténticas en inteligencia y ética. Es allí cuando aparecen los reales efectos que producen en nosotros esas supremacías ajenas, de donde pueden surgir derivaciones positivas o negativas.
El reconocimiento, la admiración y hasta la pasión, son sentimientos que pueden considerarse lógicos resultados de la admisión de esas descollantes capacidades ajenas. Pero esos efectos positivos no son siempre los que ganan las consideraciones de las personas, cuando no se admiten las posibilidades de ser menos capaces que otros.
Aparece allí en escena, la envidia. Esa vieja y despreciable manera de relacionar todo lo negativo con aquellos (y aquellas) que sabemos perfectamente que nos superan en las áreas que fueran. Esa confortable manera de evitar el esfuerzo necesario para superar esas diferencias, degradando a los envidiados para poder sostenerse en niveles de igualdades que no se tienen.
Jugando con ese sencillo pero reprobable sentimiento, sembrado y promovido por los más diversos medios, el Poder ha logrado estigmatizar a figuras que les son molestas para sus proyectos de hegemonía económica y social. Con la naturalidad propia que los perversos imprimen a sus actos, han podido hacer que grandes sectores de la población se inclinen a odiar y despreciar justamente a quienes, con firmeza moral e inteligencia superior, se han atrevido a desafiarlos.
La historia decanta las verdades, pero a veces de manera muy lenta. Y por imperio de ese repugnante sentimiento de envidia, generaciones enteras pasan por la vida sin otro destino que el de sobrevivir para alimentar las arcas de los poderosos, mientras los envidiosos continúan con su miserable tarea de destruir ilusiones.

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