sábado, 11 de junio de 2016

INCOMODIDAD

Imagen Página12
Por Noé Jitrik*

Observo, atraído por sus enigmáticas actitudes, los suaves movimientos de la gata, reina y señora de esta casa. En su mano derecha hace descansar su cabeza, vuelca el cuerpo apoyando las dos patitas en paralelo en la alfombra en la que se ha acostado y cierra los ojos, no sé si se duerme de inmediato o se propone dormirse; una vez en esa postura su cola se mueve lentamente y ronronea un poco. Ha encontrado, conjeturo, una posición cómoda pero que muy pronto va a ser cambiada por otra, en la que va a permanecer un rato, en la misma disposición aunque variando algunas posiciones, la mano izquierda, por ejemplo, apoyándose en el vientre peludo, las patitas encogidas y los ojos de piedra centellante abiertos, como si esta nueva postura no estuviera destinada al sueño aunque sí, tenazmente, a la comodidad. Yo no me demoro demasiado en esa observación: me canso de mirarla porque practica esas variantes posturales a cada rato. Es raro porque si lo que busca es la comodidad uno podría preguntarse por qué no se satisface con la que ha encontrado y en la que parece haberse instalado en cada una como si hubiera encontrado, por fin, el lugar anhelado.
Ocupa todo el día, salvo cuando come, en buscar esa comodidad. Lo mismo debe ocurrir con los otros gatos que hay en el mundo y también con los otros animales, no sólo los que descansan acostados sino aun los que se cuelgan para descansar de lo cual colijo que la comodidad no es la misma para toda la fauna, cada animal la persigue pidiéndole al cuerpo la mejor disposición posible de acuerdo con lo que les permiten sus miembros. Lo que en cambio se puede afirmar es que entre buscar comida y comer y tratar de estar cómodos los animales ven transcurrir su vida, salvo los que también experimentan el deseo de cazar o de matar o, los más domesticados, de seguir con curiosidad y simpatía o sentido de la vigilancia la marcha de las cosas que están en sus entornos, ya sean sus amos, ya todo lo que irrumpe en la natural armonía del sistema que conocen y consideran propio.

Los humanos también buscan la comodidad y de maneras parecidas; a mí, en particular, me cuesta determinar dónde pongo mis brazos, como la gata, cuando me dispongo a dormir y advierto que pago un precio cuando no lo hago adecuadamente. Me imagino que todo el mundo pasa por ese instante de perplejidad, qué hacer con el cuerpo para dormir con comodidad y, más aún, qué se necesita y de qué se dispone para lograrla. De lo cual surge una primera verificación: en realidad vivimos la mayor parte del tiempo en la incomodidad y, de ahí, varios temas concurrentes y conexos, de orden económico ante todo, porque hay que poder lograr la comodidad y eso cuesta y, también, en segunda y principal instancia, político, porque no siendo la sociedad pródiga en distribuir los medios para disfrutar de ella es en el orden político que se produce una lucha de discursos, de compromisos y de realizaciones en la que ora triunfan los que buscan la comodidad para todos (es más raro), ora ganan quienes admiten la falta de comodidad de los otros como si la carencia, como un resto de ascetismo, fuera un deber (para los otros desde luego).

Pero la incomodidad humana no reside únicamente en el difícil momento de querer dormir, hay múltiples situaciones que van en el mismo sentido; la ropa que no corresponde, porque es grande o chica o porque es vieja o porque no es la apropiada genera ese mismo sentimiento lo mismo que estar con gente que uno no aprecia o que no comprende o a la que no se puede poner en el lugar que correspondería, o que el trabajo no sea gratificante o que uno se enfrente con la pobreza de medios que implica la pobreza misma, o la invasión de discursos mediocres o arrogantes o dominadores.

En fin, hay muchas razones para la incomodidad humana, de orden personal y fácilmente verificables; son las que, cuando uno se libera de un zapato que aprieta o de una persona que desprecia, siente una descarga que deriva en un anhelado alivio, equivalente a la felina comodidad. Sea como fuere, la mayor parte de nuestra vida transcurre en la incomodidad, la padecemos, la comentamos, no es fácil hacerla desaparecer y convertirla en lo contrario. Claro que no es igual la incomodidad a causa de un zapato que aprieta a la que da lugar la falta de uno o de los dos zapatos.

Todo eso se comprende en el terreno individual pero también se puede decir que es registrable en determinados momentos en la más amplia instancia de lo social, cosa que quizás ocurra también en la sociedad animal, cuando hay maltrato, persecución y sequía, por enumerar lo más general. Sólo que respecto de la animal podemos ser generosos y proteger a las especies que nos son más estimadas y preciadas o, contrariamente, indiferentes a cómo se pueden sentir, mientras que la que afecta a los humanos tiene sin duda otro carácter, más complejo.

Lo cual hace más complicado razonar sobre ello porque la incomodidad, socialmente considerada, es una sensación que puede provenir de un desajuste respecto de las normas sociales o bien de una embestida de factores diversos que tiñen una época y tienen efectos sobre gran parte de una sociedad. Pero no es sólo eso.

Pongamos, como un primer ejemplo, la situación de pobreza: ¿quién puede estar cómodo y satisfecho consigo mismo si carece de los medios más elementales para, justamente, estar consigo mismo como ser humano pleno? En este punto mi amigo Ignacio Uranga me señala que a muchos les cuesta renunciar a la incomodidad, la sienten como algo seguro y lo que podría suceder si desaparece como un peligro: supongo que el razonamiento es psicoanalítico, “la angustia por perder la angustia”, frase luminosa, un compendio interpretativo, de lo neurótico a lo psicótico pasando a lo social y político.

De ahí una figura diría que geográfica: entre la incomodidad y la comodidad se tiende un espacio y recorrerlo ha sido, en ocasiones, la revolución, justamente eso que angustia a los que no quieren renunciar a la incomodidad. Las “revoluciones”, las que conocemos, tuvieron como meta lograr la comodidad; probablemente inauguraron otras incomodidades, hay mucha literatura sobre este tránsito. La reacción, por su parte, no hay más que verlo a nuestro alrededor, no deja de declarar que ella es la que derrotará la incomodidad: por el momento la ha siempre incrementado, es su especialidad por más revestimientos demagógicos que invente, la copa medio llena por ejemplo.

¿Será por ese temor a desprenderse de la incomodidad conocida que gente como Macri o Trump o Cunha, por nombrar a quienes son del día, obtienen votos en las villas miseria donde la incomodidad parece que está instalada para siempre?

Más allá de lo que me incomoda individualmente, podría, debería, preguntarme qué me incomoda en mi relación con el medio en el que me desenvuelvo en estos tiempos; si bien en otros también la padecí no me hice las preguntas que me hago ahora. Podría desentenderme y seguir tranquilo por mi ruta, con mis rutinas y mis satisfacciones, comiendo bien y tranquila mi conciencia sin hacer caso de lo que ocurre a mi alrededor, pero no lo hago: me siento incómodo con lo que observo, me incomoda que haya cundido y nos esté asfixiando un lenguaje oficial y mediático mediocre, lleno de ripios y lugares comunes; me pone incómodo tener que soportar mentiras, a lo Goebbels (“miente, miente, que algo quedará”) como si fueran verdaderos juicios de valor y verificar que muchos las creen verdades comprobadas. ¡Y vaya que no faltan! Me mata la danza de millones, mal o bien habidos, que nos envuelve como una red maléfica y nos quiere hacer creer que eso es la verdadera vida. Me da vergüenza que aparezcan en la escena íncubos idiotas, subproductos de Legrand y de Venegas, que balbucean incoherencias como si eso fuera estilo. Me pone incómodo la impavidez con la que niegan el infortunio de los demás y la torpe repetición de las acusaciones a un pasado reciente que fue en realidad una cuasi edad de oro, con libertades nunca vistas, y un esplendor cultural del cual no habría ninguna otra respuesta sensata que el orgullo.

Claro que decir “incómodo” parece algo pobre. Habría que decir “indignado”, como los españoles, que al parecer ya no lo están tanto, o preocupado, porque la incómoda confusión que nos ha invadido, que enriquecidos de antes hayan tomado por asalto los recursos del Estado y sean abierta y cínicamente agentes de toda posibilidad de vida cómoda para la masa de incómodos, no cesa y oscurece el panorama y promete que la incomodidad será la forma estable de la vida en este castigado país. Ni siquiera las gatas encontrarán la posición cómoda para soñar con mundos lejanos y perfectos.

*Publicado en Página12

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