sábado, 17 de octubre de 2015

CONSTRUCCIÓN ÉTICA

Imagen Página12
Por Luis Bruschtein*

Dos tragedias, dos convenciones. Argentina fue protagonista de ambas caras de la cuestión, las tragedias y las convenciones. Cuando este gobierno se haya retirado habrá dejado tras de sí dos marcas en el mundo por las que será recordado por mucho tiempo. No hay en la historia otro gobierno argentino con esa proyección internacional humanista. Cada vez que en cualquier parte del planeta se recurra a la convención internacional contra la desaparición forzada de personas, cada vez que se tome como referencia la resolución de la ONU para la reestructuración de deuda soberana y para frenar a los fondos buitre, estará la marca de los gobiernos kirchneristas. Es una contribución de los argentinos desde el dolor, pero también es un testimonio de heridas que se elaboran como parte de un proceso social, cultural y político que puede convertir el dolor en aporte ciudadano. Es la experiencia ética de los organismos de derechos humanos convertida en consenso internacional. Es la lucha de los movimientos sociales contra la crisis de la deuda transmutada en propuesta de superación en un escenario adonde pocas veces llegan esas experiencias.
La historia argentina tiene rulos donde los hechos dan vueltas y vueltas en una calesita que parece infinita. Los hechos se repiten cuando la memoria enflaquece. Los golpes militares funcionaron así entre 1930 y 1984. Eran presentados por los medios cómplices como la solución a las desestabilizaciones creadas por los mismos militares. El diario Crítica convocó al golpe contra Hipólito Yrigoyen con un discurso entre falso progre, republicanista y eticista. Sectores de las capas medias urbanas se dejan seducir como vírgenes adolescentes, una y otra vez hasta el cansancio. Los militares ahogan a los gobiernos surgidos de elecciones y no los dejan cumplir con lo que prometieron o los obligan a hacer todo lo contrario. El malhumor de la sociedad es enfocado entonces con la acción de los medios contra estos gobiernos. El golpe es la solución. Viene el golpe y, después de un tiempo, esas capas medias se dan cuenta del error y vuelven al discurso encendido de la democracia. El drama argentino se mezcló con la Guerra Fría y Washington impulsó las dictaduras militares en América Latina durante décadas, hasta que cayó la Unión Soviética y las embajadas norteamericanas dejaron de alentar y apoyar a las dictaduras. No hubo más golpes. Fuerzas Armadas que habían surgido de las luchas independentistas se habían convertido en herramientas de dominación controladas por una potencia extranjera. Se acabaron los golpes en toda la región. La calesita se paró, algo que parecía imposible. Pero antes de pararse quedaron miles de desaparecidos y asesinados y una sociedad con heridas profundas, conflictuada entre el dolor, la rabia y el terror naturalizado producido por tantos años de horror invisibilizado pero implícito, omnipresente y subterráneo. Durante los primeros años de democracia había una sociedad como rehén de los que usufructuaron ese terror. Por eso fue tan importante el juicio a las Juntas que realizó Alfonsín, pero por eso también fueron tan marcados sus límites.

La otra calesita que paró fue la del Fondo Monetario Internacional y la deuda externa. Primero por el default obligado y después por la política de desendeudamiento de los gobiernos kirchneristas. Periodistas y representantes locales de los organismos financieros internacionales convencían a la sociedad, especialmente a estas capas medias tan sensibles al discurso gran mediático, de que los problemas de la deuda se solucionaban con más deuda. El desatino se resuelve con más desatino. El discurso dice que si no tenés deuda, estás aislado. Y cuando la deuda es grande hay que estar contento porque quiere decir que no estamos aislados. Nadie dice que eso es lo que dicen los bancos que hacen el negocio. Las capas medias urbanas se tientan para besar la mano del que los fundirá y reniegan de los supuestos populismos que les dieron origen y alimentaron: el yrigoyenismo y el peronismo. Esa bipolaridad es un rasgo de este sector de capas medias urbanas. A pesar de que las políticas neoliberales las llevaron al borde de la extinción en los 90, cuando salen del pozo reniegan del que les dio la mano y prefieren besar la del que los hundió. Como la transexual que gracias a este gobierno tiene documento de mujer, se puede casar con su pareja y heredarla pero cuando le preguntaron el nombre de su madre en un programa de televisión, dijo “lamentablemente se llama Cristina”. Es el espíritu del esclavo que se arrodilla para disculparse ante el amo por ser diferente.

Hay un pensamiento que atraviesa a las personas. La bipolaridad que caracteriza a estos sectores de capas medias urbanas no tiene dos ideologías sino una sola que va de una punta a la otra de esa oscilación. Los golpes se dieron para aplicar políticas de ajuste y endeudamiento y para reprimir a los sectores populares que resistían a esas políticas empobrecedoras con lo que supuestamente así ponían en riesgo a la democracia. Se suprimía a la democracia para defenderla.

De un polo al otro. Este mismo sector que respaldó a la dictadura –como cuerpo social y no tanto como individuos porque ya han pasado treinta años– ya en democracia se autoproclama el único democrático y republicano, frente a sectores populares que sí resistieron a la dictadura y ahora promueven con absoluta coherencia, al supuesto populismo. Hay mucho cacerolero defensor de represores, más derecha peronista y derecha radical y falso progre que confluyen en propuestas neoliberales que, pese a que han servido de plataforma ideológica de las dictaduras, se arrogan descaradamente la propiedad del espíritu democrático y de las instituciones republicanas. Estos sectores alegan siempre sobre la mirada que hay sobre la Argentina desde el exterior. Están horrorizados por cómo nos ve Vargas Llosa.

Ninguno de los gobiernos o las fuerzas políticas que admira Vargas Llosa hubiera propuesto una convención internacional contra la desaparición forzada de personas. La convención impulsada por Argentina y Francia y tomada por las Naciones Unidas tiene 45 artículos que declaran a este delito de lesa humanidad en todo el planeta. Mucho menos hubiera presentado ninguno de ellos la resolución de nueve puntos que aprobó la asamblea de la ONU que pone límite al accionar de los fondos buitre y facilita la reestructuración de deuda soberana.

Son aportes que surgen de experiencias que fueron devastadoras para los argentinos y que ahora pasaron a formar parte del acervo progresivo de la humanidad. Es difícil tomar conciencia de ese tránsito descomunal de lo íntimo y particular a lo social y nacional y de allí a lo internacional. Hay un camino que se construye desde el prestigio ético de la actitud concreta de las primeras Madres de Plaza de Mayo, que se va transmitiendo a la sociedad en la medida en que la sociedad va generando respuestas concretas a esa tragedia y que luego empapa a una fuerza política o un gobierno cuando a su vez éstos asumen el reclamo, lo convierten en política de Estado y generan hechos concretos. La construcción ética del humanismo nunca es meramente declarativa como la de esos falsos republicanos eticistas de academia y curul, sino concreta, de riesgos que se asumen, de costos que se pagan, de luchas siempre desiguales que se pierden y se ganan. No hay una construcción ética en el aire. Ese prestigio ético que en estos doce años trascendió desde los movimientos sociales hacia el gobierno le abrió el camino a la Argentina para concretar estos dos aportes tan importantes para la comunidad internacional. Si la representación argentina no hubiera demostrado una actitud ética para asumir su propia deuda nunca hubiera logrado los consensos que obtuvo al plantear una propuesta que engloba a todas las crisis de deuda del planeta. Hubo respaldo a la convención sobre desaparición forzada de personas porque hubo respeto por lo actuado en derechos humanos por el gobierno y por su actitud ética frente a las acciones abusivas del juez Thomas Griesa y los fondos buitre. No basta con tener la razón o que las propuestas sean correctas. Para generar estos consensos masivos en un escenario internacional tan puntilloso y sensible, además de tener la razón, hay que ganarse el respeto de los demás. Este es el primer gobierno argentino que lo consigue.

*Publicado en Página12

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