domingo, 6 de abril de 2014

UNA ÉTICA PARA DESQUICIADOS

Imagen Tiempo Argentino
Por Hernán Brienza*

Expiación: como la mayoría de los argentinos he sido víctima de varios robos y asaltos a lo largo de mi vida. Rompieron un par de veces los cristales de mi auto para llevarse el autoestéreo, me han robado dos computadoras, me han sustraído un celular, me han puesto una 45 en la cabeza y amenazaron a mis padres delante de mí y debimos soportar cómo intentaban vaciar lo que por entonces era mi casa. Por lo tanto, en mi condición de víctima en repetidas ocasiones, tengo derecho a expresar mis ideas con absoluta legitimidad. 
Hago esta aclaración, porque en el debate muy magro y muy pobre que la sociedad argentina está realizando en las redes sociales, en los medios de comunicación y en los espacios públicos pareciera jugarse el deporte de conteo de costillas para ver quién ha sido más víctima y, por lo tanto, quién tiene derecho a opinar sobre la cuestión. 

Los partidarios de la bestialización de la sociedad utilizan a menudo el flaco argumento de "usted defiende a los delincuentes porque no ha sido víctima de un robo. Yo que tengo el privilegio de haberlo sufrido en carne propia poseo carta libre para sostener que a los delincuentes hay que sumergirlos en ácido muriático." 

Lamento contradecirlos, pero haber tenido una experiencia determinada no ofrece superioridad moral para comprender un hecho. Es más, la subjetividad con que se analiza la cuestión lo inhabilita para tener un juicio despejado y desapasionado del hecho en cuestión.

Ser víctima no ofrece impunidad. Que alguien haya sido víctima de un robo no le da permiso para realizar otro robo. Quien es partidario del primitivo "ojo por ojo", lejos de ser un individuo moderno, atrasa más de 3500 años en el proceso de elaboración de un pensamiento ético. 

Es decir, el indignado hombre de Palermo que en su imaginario cree que el linchamiento le da "prestigio" está razonando, con suerte, como un desharrapado habitante del imperio babilónico conducido por el célebre rey Hammurabi. 

Lo asombroso es que los "linchadores" serían castigados, incluso, bajo el imperio del "ojo por ojo, diente por diente". A quien roba un bolso, se le debería robar un bolso. Y no más. El Antiguo Testamento, que también era un código progresista para la época, expresaba claramente que no se debía ir más allá del justo castigo. Y que, a lo sumo, debía ser "ojo por ojo". El linchamiento público, como supera el "ojo por ojo", genera un nuevo delito, que, según la lógica de los primitivos ciudadanos hammurabianos de hoy, debería ser castigado con otro linchamiento o, supongamos, con un balazo en la cabeza por parte del hermano del linchado. 

Tener que debatir esto en pleno siglo XXI demuestra el retroceso intelectual, moral y ético en el que estamos envueltos los argentinos. 

Observemos el absurdo: las familias de los 30 mil desaparecidos, en vez de exigir justicia durante 30 años, se deberían haber dedicado a violar, torturar y asesinar a los delincuentes de lesa humanidad. Los trabajadores de una fábrica cualquiera en la que el patrón evadiera impuestos y no pagara las cargas sociales ni la jubilación, "tendrían derecho a linchar" a su empleador por robarles el descanso futuro a sus trabajadores. 

Habría que preguntarse: la Constitución garantiza derecho al trabajo y a la vivienda digna, ¿quienes sienten vulnerados estos derechos están legitimados por la razón que les asiste para linchar a los que sí tienen trabajo y vivienda? ¿Tienen derecho a la revolución violenta? 

Por último, el más incoherente de los enunciados sería el siguiente: una mujer abusada tendría derecho a abusar de su abusador. O al padre de un niño abusado, le permitirían abusar del hijo de su abusador. Nada mejor que el absurdo para demostrar los desatinos. 

Una sociedad como esa sería un desquicio. Y quienes defienden este tipo de lógicas, unos desquiciados. Asusta, entonces, que haya tantos desquiciados en la sociedad argentina y en los medios de comunicación. La crueldad discursiva y práctica sólo justifica y engendra mayores crueldades. Un problema para el "progresismo". En una economía como la argentina, jibarizada, en una sociedad sin "pacto social", la cuestión de la delincuencia siempre es un puñal en el pecho de toda persona con preocupaciones por los demás individuos. 

A nadie sensato se le escapa el hecho de que la delincuencia es producto de determinado tipo de relaciones sociales. Lo que no significa que la pobreza genere delincuentes, sino que las relaciones de inclusión entre pobres y ricos, y en relación de estos con los diferentes tipos de delitos genera marginalidad. 

Un pibe pobre que es sistemáticamente excluido y vilipendiado no tiene ningún tipo de obligación para con su semejante convertido ya en "Otro". Para ese muchacho, una persona de clase media ya es un "Otro", un ajeno, un extranjero que previamente realizó esa misma operación con él. Por lo tanto, el robo, el balazo, el abuso es una forma de pago por los "favores" recibidos.

Esta explicación sobre las raíces del delito impide que el progresismo pueda pensar y llevar adelante políticas represivas hacia esos sectores. 

Para la "derecha" (en términos genéricos), en cambio, no hay conflicto. El delincuente no es un producto social sino que sus actos son pura y exclusivamente responsabilidad de la persona. No hay circunstancias ni contextos, duro individualismo. 

A ese desquicio se le suma un darwinismo social rancio y atrasado –surgido a fines del siglo XIX– que da el marco de justificación para que los "pobres sean pobres" sin razones de interrelación social y una clasificación "positivista" en la que el pobre es generalmente "negro de mierda", con "tendencias a la peruanidad y bolivianidad". Este caldo fascistoide, chabacano, cualunquista, producto de la peor de las ignorancias que es la imposibilidad de "ponerse en el lugar del otro", sólo tiene como única respuesta el linchamiento colectivo, o el aumento del plomo caliente oficial salido de las armas policiales. Porque este pensamiento condena al Estado simplemente a la represión de los delitos contra el derecho de propiedad privada.

A nadie escapa que la solución al tema de la inseguridad no es la represión simplemente. Ni tampoco la búsqueda de explicaciones sociológicas. Una buena combinatoria entre "pacto social", inclusión, mayor educación, cambio cultural, y represión del delito, con una policía adecuada pareciera ser el camino a seguir. En este tema, los políticos no pueden hacerse los distraídos, no deben seguir la agenda de los desquiciados. Que el desquicio genere una subida en las encuestas a corto plazo no los obliga a miserabilizarse. Sean del partido que fueran. 

No se trata de una cuestión de oficialismo u oposición; de kirchnerismo o antikirchnerismo; ni de izquierdas y derechas; se trata de la vida y la muerte. La cartera de nadie vale una vida. La billetera de nadie vale la vida, ni de su propietario ni la de un delincuente. Los argentinos debemos comprender que no se juega con los absolutos. Estigmatizar no es ser moderno, es ser bruto, sin más. La modernidad es el pensamiento democrático, pluralista, incluyente. Generar ciudadanía es un paso muy importante. Pero por sobre todas las cosas, la sociedad argentina debe generar "humanidad". Hay millones de argentinos que deben ser incluidos en los parámetros de la dignidad humana.  Sin "pacto social" no hay paz posible.

*Publicado en Tiempo Argentino

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